IMPRONTA DE MULTITUDES

Crítica al libro Con(tras)humante

POR LUIS BARRIENTOS LAGOS

Conforme a mi más inmediata apreciación, que estimo compartible por la venidera suma de lectores de Kalani Shaira, aseguro —en el frontispicio de mis escarceo de filólogo— que los textos de este poeta son, en importante medida, tributarios de una índole literaria, de un tenor puesto en solfa o guardado en el desván del género lírico por un sinfín de poetas coetáneos suyos: la índole de poemas predecibles y sin escarpaduras que tornen insuave y escabrosa la incursión de sus lectores. 

En un sentido todavía vagaroso, asevero que se trata de poemas profundamente humanos, acusadamente entrañables y convivenciales, si se me permite el neologismo. Poemas de una cordialidad limítrofe, hiperestésica; quiero decir: como emanados efervescidamente —hervorosamente— del corazón. Mi comentario no va, es de advertir, en la dirección de sindicar en Kalani Shaira una dosis de ramplonería, un cierto grado de adocenamiento o unos ribetes de melifluo sentimentalismo. Remito al corazón en cuanto primigenio hontanar de un discurso poético, a juzgar por las apariencias, sin lastre ni rémora alguna, libérrimo e incoercible, que urge a la lectura en cierta imperiosa y subyugante sintonía, bajo la seducción de ese lirismo de antiguo cuño, del cual me declaro un nostálgico sin límites ni cortapisas. 

Habérselas con este autor es habérselas, no con un hacedor de amagos e intentonas, sino con un poeta que erige o edifica textos contundentes y macizos, como manados de una prodigiosa fecundidad que atestigua de sus diáfanas entrañas de bardo o de vate (por añadidura, de arúspice o augur, como se verá después, en lo que sigue), pues nombres como estos acuden irreprimiblemente a conjuro del propósito de describir su por demás acusada y resaltante silueta. Sostengo, sin hacerme reo de hipérbole alguna, que, ínsito en esta prístina fontana, Kalani se aposenta en la vecindad de las superlativas voces de la tradición poética de Chile. 

De acuerdo a un diagnóstico mío de no mitigada severidad, anuncio que transitamos en este país el senderuelo de una decadencia in extremis de la sagacidad lírica, de la sindéresis poética y el virtuosismo lingüístico. A lo que parece, todas estas lastimosas circunstancias brillan por su ausencia en la literatura de este autor que se desvía de sus coetáneos, abriéndole cauce a una rediviva solemnidad y a un relieve sonoro de inusitado perfil. 

Es comprensible, entonces, mi exultación al develárseme el advenimiento de este a su manera disruptivo poeta, a contracorriente de una tónica lírica nacional muy pagada de sí misma, en ese su hermetismo de inclaudicable Narciso.

Entiéndaseme bien: aludo a méritos de índole estrictamente literaria perceptibles con expedición, sin demora, en los poemas cenitales o cimeros de Kalani Shaira, méritos bastantes, conforme a mi al menos serena capacidad crítica, para sostener que nos las habemos con un poeta vecino, próximo, cercano a las figuras medulares de la poesía de este país. No me desasiste la lucidez suficiente para darme perfecta cuenta de las desigualdades o los desmedros en su altura que otros escritos de Kalani comportan, desigualdades y desmedros que, hasta donde puedo discernir, remiten como a su causa a ese prurito de la fluidez todoinvasiva, avasalladora, el prurito de la elocución intrépida, de inmensurable osadía, que no es recatada ni sofrenada en las fronteras de la temeridad. De ahí su estilo, a ratos enjundioso y lujuriante; de ahí el denuedo en la busca de la iridiscencia y la amplificación verbal de dimensiones adjetivas o accesorias; de ahí, su esporádica exposición al asedio del barroquismo y la retórica de asamblea, de hemiciclo o de cuartel.

En este sentido, conjeturo su generosa y pródiga aptitud de escritor desasistida de un oficio pertinaz y ultraexigente, rehusándose a una plasmación escritural plenaria y por ello mismo no perfectible. A todas luces, comulga este escritor —aunque sólo en sus escritos  desmedrados o desiguales, no dejaré de insistir— con la escritura de primera mano que es sólita entre los más jóvenes, esa escritura en retahíla, donde campea el hacinamiento de los nombres, de las palabras empotradas en palabras, cuyo decurso inevadible es una sintaxis casi del todo abolida. Y para qué vamos a hablar de la puntuación errática, como librada a la rosa de los vientos, como describiendo un zigzagueo de beodos… 

Este poeta eminente en la medida que discordante de la actual coyuntura literaria de Chile, discordante, en su meollo, de la inopia o escasez de palabras, idiomáticamente diestro, versátil y virtuoso a despecho de la manquedad y exigüidad de una grey de sedicentes y putativos cultores de la lira, ha sucumbido al peso de la noche que perpetúa lúgubres despotismos en la magullada República de Las Letras nacionales… Por suerte, únicamente en uno que otro momento, en uno que otro lapsus que yo no soy quien, lo admito, para enrostrárselos o echárselos en cara. 

El tiempo y no los jóvenes amigos le enseñarán, supongo, que el oficio no es un artilugio de la impostura, la mascarada de un cerebralismo rigidizante, un simple atajo hacia una autoposesión   artística ilusoria , sin una migaja de realidad. Pues, en el hecho, el oficio no asienta sobre la destitución absoluta de pulcritud, sino que elonga y extiende hacia un acendramiento o depuración autoconsciente una espontánea y germinal pulcritud de los orígenes, o, si ustedes prefieren, de los recónditos preámbulos. 

Constituye una regla (en general, no explicitada) el que la obra primeriza de un escritor —excepto muy notables excepciones— resulte, a la postre, un motivo de azoramiento o de vergüenza que el susodicho hurtaría con superlativo agrado a la curiosidad de los lectores. La fuente de tan tozudo desacierto es la prisa por encaramarse a la consumación de la forma libro de tomo y lomo/ indicio cierto de nuestro señorío en las predilecciones de las musas. No mucho después, sobreviene la contrición y el paradojal empeño de convertirse en un Eróstrato de sí mismo. 

A buen seguro, Kalani Shaira ha de eximirse de este congojoso derrotero, por lo que toca al núcleo áureo que constituyen sus versos más gravitantes y paradigmáticos. Versos conforme a esta especificidad —conforme a esta figura restricta y selecta  de consistir en el eje diamantino  de su obra primeriza— que me urgen a convertirlos en asunto de alguna meditación de no despreciable rendimiento para ilustración y/o disfrute de mis oyentes.   

De todo lo anteriormente dicho, puede colegirse que atribuyo a Kalani Shaira una lucidez estética que se traduce en un cañamazo de escritos tutelares de enorme magnitud, una lucidez que redunda en poemas espléndidos, pero que permanece, por de pronto, inacabada. A dicha lucidez estética diríase aún en tránsito a su cabalidad, la sobrepuja la lucidez política sin tasa que, en todos los momentos de su libro, recorre a este novel poeta magallánico. Y viene muy a cuento la raigambre austral, magallánica, de este poeta, por añadidura, esencialmente político, al tenor de los últimos sucesos. 

Poeta político, históricamente situado en el crucial (o supuestamente crucial) estadio de la historia de Chile, que por hoy vivimos, en ansiedad suma, como se vive un golpe o una herida, geográficamente territorializado, surto en la provincia y como en opugnación a la metrópoli capital y su secuela de ominoso centralismo, Kalani Shaira oscila o bambolea entre lo culto y lo popular, imbuido, sobreexcitado por la épica presunta de la revuelta de octubre/19. 

La lucidez política sin restricciones que Kalani enarbola en sus textos es sustentada por ese antidogmatismo suyo que lo lleva a visualizar como trastocables todas las piedras de escándalo del inmovilismo o el quietismo burgués. Al modo que Santo Tomás de Aquino o René Descartes acusan un continuo en la creación divina, Kalani proclama que en todo instante ha de jugarse la partida de los derroteros del hombre sobre la faz de la Tierra, afirmación de un cariz indubitablemente sartreano. Tal vez sus versos no hacen sino establecer como guía de la praxis política una sentencia en estos términos exactos: la libertad es lo que el hombre hace con lo que el capitalismo hizo de él. 

La escritura de Kalani es una escritura de insurrecto, la escritura de un subvertido y un provocador, escritura premiosa, improvisa, urgente y, qué duda cabe, a ratos signada de una precariedad que la premura y la instantaneidad predeterminan sin remisión. Enfocada a la contingencia las más de las veces, aunque considerablemente política en su ecologismo y, acaso, más política justamente cuando más ecologista. De ahí que su libro se levante como manifestación de una contracultura limítrofe, de índole popular o proletaria, pánicamente antiburguesa. 

He ahí el testimonio de un poeta antisistémico, de un descontentadizo radical, un poeta dotado de un corazón que martillea a toda máquina, con no menos altivez que ferocidad, un poeta endemoniado de un pulso belicoso: polémico y, de vez, “emputecido” como se dice graciosamente en este país.

Embarcado en la poesía política, sacado a orear, a la intemperie, Kalani Shaira esgrime su discurso desde la omnipresencia de la calle, la calle en sus múltiples y más varios sentidos, desprivatizándose quizá en la justa medida que se erige como una especie de tribuno de la plebe para enarbolar el rencor, la rabia y el ímpetu vindicativo de los vulnerados y violados no sólo en la revuelta. Incide, así en una irrecusable paradoja: al volverse  un remedo de Savonarola, puesto en el púlpito o paraninfo imaginario de las páginas escritas de su pluma, se metamorfosea, a lo que parece, en el contrapolo del poeta enaltecedor de la familia, del padre, del hijo y del abuelo, de los “antes pasados” y la prolescendencia”, conforme a su particular nomenclatura. El contrapolo, al parecer indiscutible, del poeta enternecido y enternecedor que hegemoniza o prevalece entre sus versos.

El anclaje estético de Kalani Shaira en la matriz de los instintos, su apuesta o, mejor, su natural inclinación hacia el derroche fisiológico en sus poemas, no es nada extraño a la ternura, si se considera que la ternura acude incoerciblemente bajo la impulsión de lo incipiente: del brote y la cría, de la aurora y todo atisbo de reverdecimiento. El amparo y la solicitud que fluyen de cara a lo incipiente, constituyendo así la ternura, se homologa fácilmente a la consagración estética de lo elemental y bravío, que es el asunto de la literatura así concebida. La rabia, el rencor y el ánimo de vendetta son aristas de lo elemental y bravío, conforme a este autor, en la medida que los menciona como puros y simples vómitos del vientre sobrevenidos. Si todo ello se reduce a lírica bravata, a mera catarsis discursiva, no hay cuestionamiento admisible. Ahora bien, si rabia, rencor y ánimo vindicativo ascienden a gesto inquisitorial, dificulto que se pueda escabullir una andanada de cuestionamientos morales. 

Predecibles son, por otro lado, los cuestionamientos al cariz de discurso de clase que comportan los escritos de Kalani, signo cierto de su adhesión irrestricta al más que vilipendiado materialismo histórico. 

Entre otros pululantes reparos u objeciones, se le dirá que el humanismo, según el concepto de hermandad o fraternidad de los hombres,   se torna inverosímil desprovisto del sustento de una moral universal y lapidaria (o “escrita en piedra”, como se escucha decir a ilustres opinólogos). Que el anhelo y la búsqueda de justicia y no el ajusticiamiento (o la victimización del victimario) vehiculan o vehicularán de suyo el ejercicio de los valores humanistas. 

Hubiese sido interesante cotejar in extenso esta visualización poética de octubre/19 con la de algunos analistas o cientistas sociales (casi digo cuentistas…) En el hecho, según mis antenas, Kalani Shaira alude veladamente a una que otra tesis de Gabriel Salazar y, si no desbarro, a algunas consideraciones de Tomás Moulian… Por de pronto, si me apuran, osaré ingerir en las postrimerías de esta presentación, un comentario al libro “Pensar el malestar” de Carlos Peña González: 

Advierto, sí, que el mío es un comentario nada más… quiero decir que no explana ni parafrasea la escritura de este ensayista de fuste. Abordo una cuestión liminar, de los pródromos o los preámbulos, que casi vuelve prescindible la lectura de su libro: Carlos Peña no piensa el malestar, sino que piensa en el malestar, piensa lo que piensa en torno al malestar, por más importante que sea lo que en el hecho piensa. Pensar el malestar es tomarse la molestia de pensarlo: pensar es, etimológicamente hablando, pesar o ponderar (de pondus: peso) y el peso del malestar es lo que comparece en la mano al momento de empuñarlo; el peso es la cualidad de la molestia que provoca en nuestro puño y no simplemente la cantidad que se registra en la balanza. Pesar tomando el peso y molestándose de la pesadumbre de lo pesado en la mano es sentir la cualidad de lo pesado y la modalidad de su pesadumbre. 

En una visualización puramente cuantitativa, el malestar es el producto de un bienestar disminuido y, como el absoluto bienestar es lábil, inasequible y lúbrico, en cualquier grada o escalón del relativo bienestar concurre la contracara del malestar debidamente dosificada. 

En una visualización cualitativa, el malestar se constituye como la omnipresencia en todos los estadios del bienestar, es un malestar a radice (desde la raíz) o un malestar sustantivo. 

Kalani Shaira —y con esto termino— ha vivenciado el malestar radical y lo ha enarbolado en sus versos como repulsa, como aversión o parelé al hermético y clausurante imperio de la modernización capitalista. De ahí su furibundez como seña de identidad que es, a una o de consuno, impronta de multitudes.