Los Poderes del desorden. Roberto Matta. 1966
No es la fama ni el reconocimiento adulador para la alimentación del ego lo que un hombre puede buscar al momento de plasmar o adjudicar su nombre en la invención de un producto, objeto u obra artística o cultural, sino el hecho de que los contempladores, comprensivos o utilizadores de estas creaciones signifiquen al creador como un sujeto interesante en tanto, y en función de, sus capacidades creativas que remezan al observador de sus obras. Sólo en la medida en que esas capacidades logren plasmar en aquel producto cultural o artístico la esencia de él podrá conseguir que los demás le signifiquen como alguien que tiene algo que mostrar, un producto, y no que a través de éste busca permanecer en la inmortalidad del recuerdo de los otros solo por ese recuerdo sin importar el valor y el contenido de lo creado. La impresión (desde ahora imprintin) de esa sintonía entre el objeto y la esencia del creador no se logra sino es mediante el fin desinteresado del utilitarismo sobre la creación de la obra y los efectos que ella pueda generar para alimentar el ego o la posición social del sujeto creador. Pero no por el hecho de que se imprima esa relación ergo se debe significar al sujeto como alguien interesante, sino que éste sabe que necesita de ciertas cualidades natas para la realización de la acción creadora; claro, sin perjuicio de olvidar la cultivación del don nato mediante el esfuerzo y la constancia para que éste llegue al clímax de su potencial. Esa búsqueda por la significación que realizan los otros sobre el hacedor de cultura no está alejada del propio entendimiento o significación que el sujeto creador tiene sobre sí mismo (que se supone reflejada en las creaciones). Lástima que la idea que los demás tienen de uno no siempre se condice con la propia idea que cada uno tiene sobre sí. Por tanto este humano hacedor de cultura nunca podrá llegar a plasmar su propia significación de su persona en los otros, en los contempladores, comprensivos o utilizadores de sus creaciones. Es por ello que sigue creando cultura motivado por la búsqueda incansable e irrealizable del imprintin del entendimiento de sí en los demás; por ello siente una insatisfacción sobre su hacer, siempre sigue creando, no busca la perfección, sino que es un fin en sí mismo la búsqueda incansable de ella que sabe que no existe. Es un buscar ser mejor interminablemente. Si el hacedor supone ya estar realizado en su búsqueda perdería el sentido seguir creando cosas ya que se siente realizado, lo cual en verdad nos lleva a que el ‘público’ podría llegar a perder la capacidad de asombro sobre las creaciones del sujeto. Y cuando ello ocurre es mejor desistir de la acción creadora, a no ser que logre reinventarse, pero no para lograr el asombro en los otros y la falsa necesidad de que el hacedor hace falta, sino que ha observado verdaderamente un vacío en su ‘ser’ que al no tratar de ser llenado provoca el no convencimiento de los otros sobre él y sus creaciones. Esto nos lleva a pensar que en política, muchos de los políticos deben sentirse ya realizados, que sus esencias ya han sido plasmadas en sus obras. Pero podemos ver que aun así con sus obras políticas no generan un total convencimiento, lo cual lleva al desprestigio y deslegitimidad de la esfera política. Por tanto hay un hiato, un desligue, entre la obra de arte política y el vacío que los políticos deben sentir para erigir desde su propia significación nuevas obras de arte políticas; o en caso contrario, su poniendo que verdaderamente plasman su esencia en las obras, podemos ver que el imprintin que logran a través de éstas es un desprestigio, por lo cual observamos una pobreza en la esencia de aquellos políticos por no generar un convencimiento en los contempladores, comprensivos o utilizadores de sus obras, las cuales no alcanzan el estatus de obras de arte políticas.
Ese hueco que busca ser llenado es el motivo que mueve al sujeto hacedor para encontrar su propia comprensión, por ello necesita sentirlo siempre para lograr una inalcanzable perfección. En términos artísticos, si no ocurre lo anterior, podríamos estar en presencia del fin de la historia de la creación del arte, ya que la comprensión y su derivación en la representación simbólica carecerían de un contenido trascendental que el sujeto creador busca plasmar en lo creado mediante el imprintin de su propia comprensión en los objetos—pese a que algunos, con los que concuerdo, lo trascendental, el cosmos o el ‘ser’ de las cosas muchas veces es inaccesible cuando se trata de expresar con categorías que no captan la esencia del mundo; de todas formas como seres humanos funcionamos con palabras y símbolos.
La descripción de este humano hacedor de cultura tiene que ver con un ideal, pero que existe entre los hombres, sobre el propio trabajo creador que cada uno de nosotros deberíamos realizar en pos de la no perversión de la mente y el alma en ciertos puestos, status o posiciones sociales que se pretenden mantener. Para aquel mantenimiento no se requiere de la búsqueda del vacío constante en el ‘ser’, ya que eso a muchos les abruma. Por el contrario, si se buscase, esos status y posiciones que tienen los creadores utilitaristas y detentadores del poder (que creen que su vacío está satisfecho) perderían dichas plazas en la jerarquía social porque los demás se darían cuenta que hacen falta creaciones sinceras, ya sean materiales o simbólicas para el alma o el mejoramiento de las condiciones de vida, para que el mundo sea un lugar donde exista un buen habitar o que éste progrese cada vez haciéndose menos daño (tanto para el ser humano como para el planeta). Aquellos sujetos del poder sólo en algunos ámbitos permiten al creador sincero y consciente de su vacío innovar (en el sentido de la construcción de la obra de arte); en otras esferas no les permiten, ya que les perjudicaría la posición que éstos ya han adquirido.
Ello se ve reflejado en aquellas sociedades que tienen una actitud reacia al cambio ¿y todo esto qué tiene que ver con la búsqueda de la significación del propio ‘ser’ v/s el ideal de fama?
La fama y el poder se las puede alcanzar—en una sociedad de consumo de masas donde el valor profundo de las cosas ya no importa sino más bien lo efímero de éstas—con creaciones que ameriten cualquier medio para buscarse un status sin que éste vaya de la mano con la búsqueda de plasmar la propia significación que el creador tiene sobre sí y de la trascendencia eterna en lo creado. En cambio el que busca dicha significación para plasmarlo en las creaciones y que los otros las puedan comprender, puede lograr una trascendencia pero a base de una entrega profunda, ética y espiritual, casi cosmológica, de su ‘ser’ para los demás; no busca sólo su propia seguridad en la sociedad, sino la de otros, y en la medida en que eso se logra, el humano hacedor alcanza su significancia y el imprintin que quería lograr en los demás a través de sus creaciones.
Puede suceder que, según esta descripción, aquellos sujetos que parecen no plasmar su esencia en las obras (terminando siendo éstas efímeras y sin profundidad) juren realizar la impresión de su ‘ser’ en las creaciones. Pero ello no es así, ya que estos sujetos no han realizado profundamente una introspección y auto-reflexión crítica para encontrar su vacío de sí y de sí puesto en el cosmos o trascendentalidad, ya que creen que al crear algo y perfeccionarlo para terminarlo están tratando de llenar ese hueco en su esencia. Y si estas obras son creíbles por el ‘público’ sólo por haberlas creador él o ella, alguien específico que ya tiene credibilidad, estamos en presencia de que posiblemente el sujeto creador no se cuestiona qué tanto para él su obra es imperfecta y qué tanto puede mejorar, total, ya tiene credibilidad y ello le asegura un status y posición social.
El plasmar la propia esencia en las obras es independiente si los otros creen que las creaciones del sujeto son buenas o malas. En otras palabras, el que una obra sea considerada mala a gusto propio, no significa necesariamente que el creador no intentó o pudo realizar el imprintin de su ‘ser’ en lo creado. En este sentido, es posible dar cuenta de que existen sujetos que quizás se los pueda considerar como perversos, ya sea por factores personales o estructurales. Las creaciones de éstos perfectamente pueden llevar consigo el imprintin que ya se ha descrito, no obstante ellos pueden perfectamente no considerarse como malos tipos, al contrario, pueden pensar que le hacen un bien al mundo y al país (aquí estoy pensando en las dictaduras como sistema político creado en un momento dado por alguien), pero a la vista de los demás pueden ser malos sujetos, ya sea como individuos, como colectivos, como agrupaciones ideológicas, etc. En definitiva, como había descrito anteriormente, a este humano hacedor no le interesa hacer uso del utilitarismo para satisfacer sólo sus intereses sino las del conjunto social como un todo para que el mundo y el planeta progrese cada vez haciéndose menos daño, aumentando la igualdad ecológica y social, pensando en que es posible aprehender la verdad objetiva y fines en sí mismos por la acción creadora del hacedor de cultura.